Día del docente universitario | Hoy 11 de julio conmemoramos el Día del docente universitario reflexionando sobre la situación actual de quienes ejercen esta noble profesión y considerando los desafíos de una educación universitaria en contexto de pandemia. Así, para hacerlo, entrevistamos al profesor Dr. Víctor Francisco Casallo Mesías. El Director de la Escuela Profesional de Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya se mostró gustoso de contarnos su experiencia en la siguiente entrevista.
1. En el marco del Día del docente universitario, ¿qué inspira la vocación de un docente?
Creo que ese llamado encuentra su inspiración en una buena experiencia universitaria previa. Es decir, en el encuentro con una persona que nos ayuda a entrar y profundizar en un campo que nos descubre el mundo, a los otros y a nosotros mismos en un forma que nos habla y cautiva personalmente. Sea la evolución de los homínidos en África hace millones de años o la supervivencia de una lengua más antigua que el quechua o el aymara en la sierra de Lima, estas experiencias fueron, en mi caso, conversaciones provocadoras con docentes que me dejaron con ganas de aprender más.
Diría que, en buena parte, dedicarse a la docencia universitaria es continuar con ese proceso de aprendizaje a través de las nuevas preguntas, perspectivas e intereses de los estudiantes. Ciertamente, la universidad encuentra su sentido en la formación de los estudiantes, sí. Pero solo puede aspirar a ofrecerla si se esfuerza en comprender la experiencia vital de esos estudiantes y sus búsquedas, porque en ellas encontramos las expectativas de la sociedad a la que queremos servir.
2. ¿Cuál es el principal desafío de un docente universitario en nuestro país?
Creo que el principal desafío es defender creativamente la idea de la universidad como un centro de formación humana: una comunidad de aprendizaje, enseñanza e investigación que responde a la sociedad de la que hace parte. Porque, puede parecer obvio, pero me temo que es una idea amenazada frontalmente. Hoy se entiende, se evalúa y (des)legitima a la universidad con los mismos criterios que una fábrica de respiradores mecánicos o de alimentos.
Estudiantes, docentes o investigaciones en la universidad no se deben «medir» con los mismos criterios de productividad, utilidad y estandarización de procesos. Quizás habría que entender esta «defensa» como un hacer entendible el valor de una formación humanista y crítica para el conjunto de la sociedad. Tanto en las carreras etiquetadas como «ciencias», no menos que en las de «letras». No es un desafío individual de cada docente, sino de la comunidad universitaria.
Lejos de atrincherarnos en formas institucionales obsoletas, apostar por la universidad como centro de formación es aportar constructivamente a la sociedad. Más aún en un contexto de pandemia, es afirmar el valor de cuestionar nuestras preguntas, prioridades y criterios. Particularmente, la investigación no solo «agrega» conocimientos, sino que ayuda a ese cuestionamiento que amplía nuestra perspectiva para preguntarnos y responder. En nuestro país ha habido un esfuerzo notable – y necesario – por garantizar un mínimo de calidad en el servicio que ofrecen las universidades. Debemos ir más allá de ese mínimo y exigirnos todavía más, pero sin caer en el funcionalismo que amenaza la enseñanza y la investigación universitaria. Solo así podremos identificar y formular competentemente los desafíos que nos toca enfrentar junto con toda la sociedad.
3. Como profesor de una universidad jesuita, ¿cuál es el rasgo que considera distingue a la pedagogía universitaria ignaciana?
El discernimiento, pues es una presentación de la propuesta formativa de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Nuestro Rector recordaba que aspiramos a formar a partir el deseo que mueve a los y las estudiantes que buscan responder a su llamado profesional. Hay que afinar la sensibilidad a ese llamado, reflexionar sobre cómo se va aclarando en los cursos, las conversaciones con los compañeros y las compañeras, las sabatinas, etc. Acompañar ese discernimiento personal, especialmente en las tutorías, es también mantener vivo el discernimiento de nuestra comunidad universitaria. Es reconocer qué nos dice y por dónde nos llama el Espíritu en este momento.
Parte de la exigencia en la formación universitaria es «examinar», pero el sentido último de esas «notas» es aprender a reconocer el paso del Espíritu en nuestro día a día. Aunque, a veces, el examen muestre que hace falta dedicarse un poco más al trabajo, lo principal es cómo ayuda al estudiante a advertir el camino personal e irrepetible que va haciendo. Si nuestras actividades formativas logran resonar en la sensibilidad, deseos y búsquedas de nuestros estudiantes, debemos ayudar a discernir esas mociones para que se encarnen en respuestas concretas – conscientes, competentes, compasivas, comprometidas – a nuestra realidad.